Fantasmas

Hace unos días intentamos restablecer contacto con alguien que conocemos desde hace más de una década. Alguien con quien tuvimos en su momento numerosas y prolongadas conversaciones. Alguien con quien llegamos a hacer promesas tontas de aquellas que brotan durante una noche de borrachera, o en este caso, al calor de una charla online que se extiende hasta bien entrada la madrugada.

¿Su respuesta? “No recuerdo quién eres”.

Pensar que para muchas personas no somos más que un recuerdo borroso o hasta una etapa del todo olvidada vuelve a activar aquella parte del cerebro que no deja de dar vueltas a cualquier evento insignificante.

Si todo marcha bien, todavía nos queda más de la mitad de nuestra vida por delante, y aun así ya hay tantísimas personas para quienes sólo somos un pedazo olvidado del pasado al que no hace falta regresar.

No hace falta ni imaginar la conversación que podrían tener dos personas indagando con nostalgia en el pasado, excavando casi por error una escena donde nuestra imagen aparece de fondo. El rostro difuminado, la voz distorsionada. Quizás recuerdan nuestro peinado o nuestra manera de vestir, pero aunque su vida dependiera de ello serían incapaces de recordar nuestro nombre.

Allí se detienen por un momento a pensar, y luego de decir en voz alta “¿Qué habrá sido de aquella persona?”, dan el tema por zanjado, y pasan a discutir sobre cualquier otro asunto que al momento parezca más relevante.



No hace falta imaginar la escena, porque hemos estado ya del otro lado de la ecuación, y en más de una ocasión.

Un día entraremos en la vida de un nuevo grupo de personas.

Con suerte nos volveremos cercanos y afianzaremos un lazo que nos conectará al mundo durante un buen rato, o bien, sólo será un encuentro pasajero que dentro de apenas unos días ya se habrá disuelto en el mar de eventos diarios que siempre ocupan nuestro tiempo.

La próxima vez que nos topemos a alguien de ese grupo, seremos incapaces de reconocernos mutuamente.

Si alguno de los dos perece, dicha situación se tornará imposible, llevando a que la huella dejada por el ausente quede condenada a desaparecer por completo.

Hubo un día en el que hicimos algo bastante fuera de lo común para nuestros estándares. Ese día, dada una serie de coincidencias apiladas, nos aventuramos a establecer una charla con una persona completamente desconocida en un entorno no creado para a la actividad social espontánea.



Omitamos detalles.

Basta decir que luego de haber entablado buenas migas por más de 2 horas (había mucho tiempo que matar) llegó inevitablemente el momento de que nuestro camino y el de aquella persona se habrían de separar, para difícilmente encontrarse otra vez. En ese momento decidimos (o quizás desde antes), sin decir una sola palabra al respecto, no intercambiar medios de contacto. De hecho, en ningún momento preguntamos por el nombre del otro (o sí lo hicimos, pero ya olvidamos incluso ese detalle).

Nada.

Sólo nos despedimos como si nada.

Marchamos en nuestra dirección, y la otra persona se quedó allí.

Una última sonrisa fue intercambiada entre aquella dupla de un día, a través de un cristal, y así como inició, esa relación llegó a su fin.

De alguna manera, confiamos en que, de seguir aquella otra persona con vida, aún piensa en nosotros de vez en cuando con la misma nostalgia que nos invade al intentar recordar su rostro.

Porque evidentemente ya olvidamos sus facciones.

Tampoco recordamos su voz.

Parte de nosotros quiere creer que le regalamos “una canción” de despedida, pero también puede que simplemente estemos mezclando realidad y ficción acá.

Lo que sí es cierto, es que durante ese largo viaje dio tiempo incluso de que hicieramos un pequeño garabato que representase aquel breve instante ya extraviado en el tiempo.



Ya no tenemos el original de ese dibujo. Hemos desechado tantísimos bocetos, garabatos, y demás. Sólo algunas páginas seleccionadas se salvan de la extinción total gracias a un escáner que recibimos a manera de obsequio hace años, y que a su vez está ligado a otra persona y a otra historia que día a día se torna un poco más distante.

Aquí mismo, en el blog, hemos tenido breves charlas en la sección de comentarios con algunos de ustedes, lo que nos hace preguntar, ¿se acuerdan de nosotros? ¿Dejamos una impronta lo suficientemente fuerte como para prevalecer en el océano de sus recuerdos? ¿O quizá ya nos olvidaron?

¿Recuerdan que en algún momento les presentamos al que sería el programador a cargo de darle vida al sitio web de Lain? Bueno, ese tipo sigue en pie. Diario está conectado en discord, y ya que también estamos allí seguido (aunque en modo invisible, como acostumbramos desde siempre), el recuerdo de su existencia está siempre latente, así como el de otras personas con quienes hemos intercambiado aunque sea un par de mensajes en dicha plataforma.

Allí también podemos ver el perfil abandonado de aquel DJ que llegó a contarnos con harto júbilo que acababa de adquirir un machete para defensa personal, sólo para cesar al poco tiempo toda actividad en línea sin previo aviso y para siempre.

¿Cuántas historias como esa se esconden en lo más profundo de nuestra memoria?

Contempla una biblioteca, y aunque verás tantísima información disponible, lo cierto es que nunca faltará uno o varios libros que aun con todos los esfuerzos de preservación pasarán al olvido. Nadie los leerá. Les echarán una bomba, los quemará una nación enemiga, sucumbirán a un desastre natural, o simplemente acabarán en una planta de reciclaje cuando la institución que los hospeda se vaya a la quiebra, si es que tuvieron la fortuna de ser publicados en primer lugar, y no quedaron como un manuscrito que jamás fue leído por nadie.

La ciudad de Teotihuacán no fue construida por los mexicas, sino que ellos tan solo encontraron ese sitio, abandonado desde hace siglos, y al ver su magestuosidad, se dice que le dieron el nombre que hoy conocemos, cuyo significado es (presumiblemente) “Lugar donde los hombres se convierten en dioses”, aludiendo a la idea de que, en aquel impresionante sitio ya no quedaba ni un rastro de vida, pero gente capaz de erigir tales estructuras no podía simplemente haber desaparecido, sino que, seguramente trascendieron su forma humana y se convirtieron en algo diferente, más allá del entendimiento de los mortales.

En realidad, lo más probable es que fuesen víctimas de una epidemia, o se vieran desplazados por alguna sequía que les llevó a abandonarlo todo. Quizás fueron arrazados por algún grupo hostil que sólo iba de paso, cual vikingos en su momento.

Pero nadie sabe en realidad quiénes fueron o qué les sucedió.

Nadie sabrá en unas décadas o un par de siglos quienes fuimos la mayoría de nosotros.

Un meme ancestral en 240p le recordará al mundo que algún día hubo alguien llamado Edgar, a quien tiraron a un riachuelo de aguas negras.

Pero ya en serio… Es posible que algún entusiasta de Lain se tope con este blog dentro de cien años, y trate de unir piezas para determinar quién diablos se encontraba detrás de esta pantalla que hoy usamos para enviarles este mensaje, pero quizás sólo encuentre links caidos. Ni una señal de quien fuimos, si es que no llegan a la conclusión de que sólo fuimos un bot bastante avanzado para su tiempo.

Google irá a la quiebra, y el Web Archive será desmantelado. Allí será el fin de nosotros, si no es que primero nos damos a la tarea de borrar todo rastro de nuestro paso por la internet, en un esfuerzo paranoide por recuperar la privacidad que se nos ha venido arrebatando con los años.

No se sabe.

Eventualmente, todos los que leen, leyeron o leerán esto (y quienes no, también) nos convertiremos en poco más que fantasmas, recuerdos y registros extraviados cuya influencia en el mundo habrá sido tan pequeña que nadie intentará recordar.

Seremos como el antiguo retrato de un perfecto desconocido localizado en un puesto callejero de antigüedades.



Tu disco duro, tu actividad online, lo que sea que hayas hecho en el mundo. Un grafiti, una canción, un ensayo académico, o los ladrillos que colocaste en un departamento inasequible para tu bolsillo. Todo eso seguirá allí cuando tú seas una pila de huesos bajo tierra o cenizas en una urna.

Prominentes figuras históricas del día de hoy también serán olvidadas, aunque claro, tomará más tiempo en esos casos, pero como ya relatan historias de ciencia ficción, si no se extingue la humanidad en los próximos milenios, llegará el momento en que mucha gente abandone el planeta Tierra, y pasadas algunas generaciones apenas, esta roca que para nosotros lo es todo, para ellos no será más importante que para nosotros son los rostros de aquellos individuos sin nombre en una foto de apenas unas cuantas décadas.

Una capsula del tiempo que te lleva a un lugar y momento más ficticio que real, y del que sólo obtienes lo que tu propia mente es capaz de elucubrar.

En fin.

Parece que hemos viajado muy lejos, tanto al pasado, como al futuro, así que volvamos al presente antes de concluir esta diatriba nocturna contra el paso del tiempo.

Año 2025 d.C.
Lunes 14 de abril.
02:23h. Madrugada.
Algún lugar de México.

Se escuchan uno o dos perros ladrando a la distancia.

Alguien ronca no muy lejos.

Poca gente tiene motivos para estar despierta, o activa a estas horas en un día ordinario como éste, así que el sonido ambiente es más bien poco.

Aun así, ocasionalmente se oye pasar un auto o alguna motocicleta. En efecto, justo ahora pasa un auto frente a la caja de concreto donde residimos. Para cuando terminamos de escribir esta oración, el vehículo ya se perdió a la distancia, junto con su música de banda.

Nuestro oído derecho zumba apenas un poco, quizás en un esfuerzo por enfocarse en cualquier cosa, porque el “ruido” que nos inunda es tan sutil que nuestras capacidades físicas no son capaces de extraer nada de allí.

Pero no es silencio.

No hay tal cosa como silencio absoluto (cierra los ojos y no verás un negro puro. Apaga toda luz y verás sólo ruido, pero nunca un vacío total).

El sonido de nuestros dedos golpeando suavemente la pantalla táctil.

El ocasional rugir de nuestro estómago, diciendo que hace ya unas horas de nuestra última ingesta de comida.

No hay suficiente silencio como para llegar a escuchar el latido de nuestro corazón, o la pequeña corriente de viento generada por nuestra respiración.

El zumbido ahora es de un tono grave y viene del lado izquierdo. No es el mismo sonido que resulta de nuestro oído teniendo una minúscula avería, sino algo así como el ruido homogéneo que ocasiona quizás la instalación eléctrica que alimenta la luminaria urbana.

Un sonido constante y tan discreto que ni aun en condiciones como ésta somos capaces de reconocer.

Quizás con un buen micrófono podríamos captar con claridad esos sonidos, pero entonces deberíamos preguntarnos qué cosas se le escapan incluso a ese dispositivo, obligándonos a buscar un aparato todavía más sensible y poderoso, sólo para vernos en la necesidad de repetir el ciclo hasta el absurdo, olvidando en el proceso qué intentábamos lograr con esa medición.

Olvidando en el proceso qué intentábamos lograr con esa medición.

Olvidando en el proceso qué intentábamos lograr…

Olvidando en el proceso…

Olvidando…

Olvidando como aquella persona que mencionamos al principio, quien fue incapaz de recordarnos.

En efecto. A eso intentábamos llegar con todo esto.

A que quizás, así nos neguemos a admitirlo, o seamos incapaces de comprenderlo, existe una especie de miedo instintivo a la idea de pasar al olvido… pues sabemos bien que ese momento llegará tarde o temprano, y no deseamos tal cosa (De hecho, existen personas que llegaron a ser y serán olvidadas incluso en vida).

No queremos llegar a ser aquel fantasma esperando entre las ruinas a que alguien le recuerde, sólo para ver eones pasar frente a sus ojos sin que nadie, ni él mismo (¿o era ella?), sea capaz de darle una razón de ser a su etérea existencia.



Hoy vemos a nuestros ancestros yendo directo rumbo al olvido, quizá por esa razón nosotros sentimos cierta necesidad de hacer algo más grande, más impactante, más trascendente que lo que hicieron ellos… tal vez no es más que un intento desesperado por dejar huella (aunque también podríamos decir que nuestra existencia en sí misma es el resultado de esfuerzos que ellos emprendieron con tal de trascender en el tiempo, pero en lugar de procrear como lo hicieron ellos, preferimos un método distinto para preservar nuestra memoria).

“A ellos nadie los recordará cuando sus últimos familiares directos hallan muerto, pero nosotros, redactores de tremendo blog con miles de visitas… A nosotros nos recordarán más adelante. Un historiador o internauta curioso llegará aquí, buscará frenéticamente todo rastro de nuestra actividad online, y quedará cautivado y aterrado en igual medida si logra encontrar lo que desea”.

Sí, esa parece ser la mayor aspiración que tenemos al redactar estas palabras.

Claro que nuestra vida no se limita a nuestra actividad online, pero es innegable que gastamos numerosas horas frente a la pantalla en cosas tan mundanas como comentar en un capítulo de anime o en el nuevo disco que encontramos. Durante esas horas frente a la pantalla, el llamado “mundo real” es prácticamente inexistente, por lo que es aquí donde nos hacemos escuchar, en este espacio incierto donde nos compele la imperiosa necesidad de dejar registro de nuestro paso por aquí, aún si eventualmente, como todo, esos registros desaparecerán, como tantos que ya se han esfumado y otros más que sólo existen en las memorias de quienes estuvieron allí durante ese instante en que podría decirse, tuvieron vida.

Un pianista español de nombre Rafael Zacher publicó varios covers y composiciones originales alrededor del año 2009, para luego desaparecer sin razón aparente, dejando atrás nada más que aquellas piezas que jamás llegaron a un gran público.

Durante muchos años pensamos que había fallecido, pero hace no mucho descubrimos que sigue con vida, si bien, abandonó la música para dedicarse al entrenamiento canino.

Intentamos contactarle, pero a la fecha no hemos recibido respuesta alguna de su parte.

Quizás esta búsqueda por el pianista perdido no sea más que una fijación por el pasado y aprensión por el futuro, pero es digno de mención que una de sus canciones originales lleva por nombre “Remember me”, nombre relevante para el tópico que nos ocupa esta noche, y cuya imagen adjunta en aquellos años (hoy día, extraviada por completo), se parecía bastante a la infame escena de Ikiru, película de Akira Kurosawa, donde el protagonista se balancea lentamente en un columpio, en una noche nevada, a sabiendas de que se avecina el final de su muy humilde vida.



En fin. Ahora son las 03:08.

Le daremos una revisión a este texto antes de publicarlo, con las debidas ilustraciones y adornos necesarios. Pero mientras, pasaremos a olvidarnos un poco de todo cuanto hay en el universo entero, para sumergirnos en el sueño, donde nos aguarda el subconsciente, o quizás el vacío absoluto.

Ya veremos… O quizá no, porque de todos modos, solemos olvidar la mayoría de nuestros sueños.

2 comentarios:

Deja un comentario para demostrar que no eres un bot.!!

.