Habiendo transcurrido ya más de año y medio desde que la pandemia fuese declarada en estos lares, pareciera que para los que han sobrevivido les augura un prolongado luto de posguerra. Una guerra en la que nadie ha ganado (como en cualquier otra, y que dicho sea de paso ni siquiera ha terminado). Basta decir que han sido unos meses bastante desagradables, por decir lo mínimo.
Es difícil hablar por otras personas, o hacer afirmaciones de cualquier tipo sobre alguien más, especialmente desde el interior de la burbuja en que vive el ser del que emanan estas letras, así que aunque pueda ser cierto para otras personas, hoy nos remitiremos principalmente a nuestra propia experiencia, o lo que alcanzamos a ver e interpretar de lo que ocurre allí afuera, sea o no acertado, y no garantizamos ir al grano…
Cada vez más cerca de iniciar nuestra tercera década en este planeta, el tiempo fluye a una velocidad distinta. Recabando información para armar un currículum, nos percatamos de que estos últimos años han sido más productivos que el resto de nuestra vida entera, en especial al compararlos con nuestros primeros años de vida, que obviamente no destacan por sus logros dignos de récord Guinness, ni mucho menos.
En aquellos años sólo adquirimos ciertas bases, como el lenguaje, motricidad, interacción humana, y poco más. A ello le siguen años de acatar instrucciones y realizar una variedad de tareas relativamente sencillas en una institución educativa, luego más de lo mismo, pero con una dificultad superior, y poco a poco especializando la labor en cierta área de conocimiento (también conocido como “carrera profesional”).
Haciendo memoria, desde hace años nos planteamos numerosas veces la clásica pregunta de ¿y esto para qué sirve?, si bien, al final del día siempre había algo por hacer, una misión de origen externo y capaz de concentrar nuestra atención en resolver un problema con una solución preestablecida, en vez de seguir dándole vueltas a esa otra pregunta sin respuesta certera.
¿Será por eso que los juegos y acertijos son tan populares? Proveen un pretexto para buscar la solución a algo que no es tan difícil como para exigir un esfuerzo sobrehumano, pero tampoco tan fácil como para no entretener por un buen rato.
En fin, este último año y fracción ha sido para nosotros un prolongado período en el que tuvimos la oportunidad de detenernos y pensar bastante en aquellas preguntas sin respuesta, dedicando mucho tiempo a cuestionar el valor de la vida misma, la utilidad de nuestro trabajo, y hasta los beneficios de la existencia como tal.
Y como era de esperarse, la teoría por sí sola sólo ofrece negativas a tales cuestiones. No, nada vale, nada es útil, nada es benéfico o dañino por sí mismo, todo requiere de la experiencia consciente para recibir un juicio de valor, pero el tremendo aislamiento que tantos han vivido en estos meses complica el asunto (un estado de reposo forzado donde sólo la teoría es accesible). El individuo es tan débil sin los otros, y enfrentarse a la idea de nuestra insignificancia no siempre va a detonar el instinto de supervivencia que lleva a los seres a superar sus limitantes y convertirse a sí mismos en personas más fuertes y capaces de sobrellevar las peripecias de la vida.
No, los hay quienes carecen de tal habilidad (como los más jóvenes), o la tienen tan poco desarrollada que sólo un peligro inminente y prácticamente insuperable les llevarán a un cambio sustancial, aunque ya muy tarde, cabe destacar.
Lo interesante acá es que todo esto ha venido aflorando precisamente en este último año, quizás el más productivo de nuestra vida entera, aunque sigue siendo sólo un breve lapso de lo que ha sido nuestro viaje hasta ahora a bordo de esta enorme roca giratoria (sin mencionar el tiempo que con suerte aún nos queda por delante), y a pesar de eso, seguimos haciendo esas mismas preguntas sin respuesta que nos planteamos por vez primera durante la adolescencia, y que llevan atosigando al ser humano desde que éste adquirió conciencia de su propia existencia. Es más, da la sensación de que entre más producimos, más nos da por cuestionar la validez de nuestra labor, como si una cosa fuese causa de la otra.
Súmese a ello la velocidad vertiginosa a la que se mueve la información en nuestros tiempos, ese bombardeo mediático al que nos hemos vuelto adictos, o como mínimo dependientes, y no sólo nos vemos bañados por la angustia existencial de la futilidad de nuestro esfuerzo, sino que nos sentimos en la necesidad, responsabilidad u obligación moral de seguir corriendo rumbo al no-sé-qué que perseguimos frenéticamente, cual caballo desbocado tratando de alcanzar una zanahoria colgando a una distancia fija de su frente, cual hámster dando vueltas en su ruedita giratoria que sólo se detiene cuando el animal en su interior tropieza o se sale de allí.
¿Sería más fácil salir de la rueda y ya?
¿Es posible dejar de perseguir la zanahoria?
Casi que la respuesta a esas preguntas se escribe sola, pero por otras razones quizás más obvias, es que la mayoría elige seguir andando hasta que su corazón se detiene por completo y para siempre.
Las cosas buenas de la vida, o simplemente la idea de que quizás, y sólo quizás, encontraremos algo grato en el camino, y que quizás, y sólo quizás, podremos saborear aunque sea una pizca de la siempre distante recompensa, llámesela éxito, felicidad, fama, parsimonia, riqueza, o lo que sea.
También está la nostalgia, aquel extraviado recuerdo de un instante de alegría real o ficticio que basta para aferrarnos a la vida, cual ideal de los “buenos tiempos” que añoramos recuperar, incluso si jamás nos tocó vivir en aquel mundo que anhelamos, y por tanto no es más que un ideal basado en registros embellecidos y muy limitados, seleccionados cuidadosamente por otros nostálgicos con mayor acceso a tales medios…
Claro, hay situaciones más bien favorables en las que todo lo anterior sonará como tremenda ridiculez o pérdida de tiempo, y qué maravilla sería tener experiencia suficiente en dicho campo, para así incluir ejemplos que ayuden a equilibrar la balanza y armar una mejor tesis, pero de momento parece que todo cuanto surge de nosotros sobre aquel punto de vista se encuentra ya en este mismísimo párrafo.
Y no es mucho, como podrán ver.
En fin, a lo que queremos llegar es a lo siguiente: No hay prisa, o mejor dicho, ojalá que no la hubiera. Al menos aquí en la ajetreada ciudad, es difícil ir a algún sitio donde no haya alguien apresurado, demandando procesos más rápidos, exigiendo a otros mayor velocidad, buscando la máxima productividad, pero incapaces de mantener el ritmo que se espera de ellos en cualquier tarea, cada cual más vacía que la anterior.
Parece que hay tantísimo por hacer, que ni el esfuerzo combinado de la humanidad entera es capaz de cumplir el trabajo en tiempo y forma, salvo a duras penas, en condiciones lamentables, y sin una recompensa equiparable a la inversión original.
“Aprende a descansar mejor,
duerme de manera eficaz,
optimiza tu tiempo libre,
monetiza tus pasatiempos”
Es como si nos hubiéramos situado en una gigantesca rueda de hámster donde no nos queda más que correr junto al resto, o tropezar y ser pisoteados por los que siguen en marcha (y ya ni mencionemos a quienes viven fuera de allí, aprovechando la energía que da la rueda sin poner mucho de su parte, regocijándose del trabajo de alguien más, por pura suerte de nacimiento).
En todo caso, ¿cuál es la prisa?
Calentamiento global, crisis económica, conflicto bélico, o la simple supervivencia en la era del “tú puedes”. No hay tiempo que perder, hay mil problemas por resolver y un millón de crisis con las que lidiar. ¿Es cierto que acelerar es la forma de alcanzar toda meta elusiva…?, el caballo no lo tiene muy claro.
Hallar valor en cualquier parte, motivarse a trabajar por cualquier meta, darlo todo por un sueño implantado, o por el contrario, dejarse pisotear con tal de descansar un rato, rechazar la violencia en pleno encuentro de boxeo, esperar en cama los milagros que nunca llegan…
Tómate un respiro, busca adentro, afuera, o donde sea. ¿Encontraste algo? ¿Sí, no?, da lo mismo. Sigues en la rueda y en algún momento te tocará reanudar el maratón, o salir para siempre, si no es que durante tu receso perdiste toda capacidad motriz, y como consecuencia te toque hacer uso de la energía de alguien más para no perecer allí mismo, si no es que te depara la bendita desdicha de sucumbir sin previo aviso en el futuro más cercano.
Algo pasará, algo tendrá que pasar, mil cosas pasarán, y pase lo que pase, tu tiempo pasará. Quizá pases la estafeta, quizá pases al olvido, mas pese a todo tu pesar, todo pasará… No hace falta preocuparse, no hace falta apresurarse, pero como seres humanos que somos, al final nos terminamos preocupando, al final nos terminamos apresurando, ya no por que queramos estar a la altura de las circunstancias, ya no porque queramos alcanzar la mentada zanahoria, sino simplemente porque es lo mejor que sabemos hacer.
Es lo mejor único que sabemos hacer, es como sabemos vivir, no porque sea bueno o malo, sino porque nos da una sensación de control, no sobre el mundo exterior, sino sobre nosotros mismos. “¿Por qué? ¡Porque estoy a cargo, por eso!”, dijo el hombre para sí.
En algún momento resulta que la presión se torna insoportable. Fármacos y cien terapias llegan al rescate. “¿Necesitas un empujón para seguir adelante? ¿Tu cuerpo y mente imploran un descanso, pero tú no te lo puedes permitir? ¡Maravilloso!, eso significa que estás haciendo tu parte del trabajo, así que a cambio de una módica suma (claramente asequible para alguien de tu categoría), te daremos el paliativo la solución a tus problemas. ¡No, no te daremos vacaciones, imbécil!, te ayudaremos a ignorar el dolor del cuerpo y la sensación de fatiga para que puedas trabajar más de lo que tu organismo dice que puede soportar”.
Y en el otro extremo están aquellos que se han dado por vencido a tal grado que se limitan a vivir al mínimo, tan sólo para estar exentos del ajetreo cosmopolita que consume a los seres, eligiendo retraerse y coexistir únicamente con los entes que habitan en su interior, aquellos que se alimentan del mismo cuerpo que se supone había que proteger, puesto que en aquel estado no hay otro sitio de donde obtener el combustible necesario, “pero esto es preferible a ser la carnaza de los poderosos, mejor que dejar que una sociedad hostil te reduzca a un cascarón de lo que solías ser, o simplemente perderte en el sendero sin salida que alguien más trazó para ti pero en busca de su propio beneficio. Si alguien ha de devorarme hasta los huesos, prefiero ser yo quien se haga cargo”.
Más todos los puntos intermedios, tangentes, paralelos, híbridos, quimeras y demás engendros de la creación humana.
De nuevo, ¿cuál es la prisa?, siendo que todos nos dirigimos a un mismo destino, y llegaremos allí sin importar qué hagamos o dejemos de hacer…
Métodos. También aprendemos a priorizar los métodos por sobre los resultados. “Porque el fin no justifica los medios”, y sólo vivir para morir suena demasiado simple para los seres autoproclamados complejos. “Hay que vivir de este modo, hay que morir de este otro modo, porque si no, ¿qué chiste tiene la vida?”
Fácil la tienen las plantas y bacterias, viviendo sin saber que viven, existiendo sin saber que existen, ignorantes de su propia ignorancia, sin preguntarse nada, sin preocuparse por explicaciones o razonamientos, sólo viviendo por vivir, siguiendo los patrones de comportamiento grabados en sus genes, adaptándose al entorno con las herramientas precargadas, pereciendo sin lamentos cuando llegue el momento, dejando todo sin haber guardado nada. Poco más en realidad.
Pero a nosotros, afortunados desgraciados, nos toca correr.
Correr a contraflujo, pero correr.
Correr sin rumbo alguno, pero correr.
Correr en nuestras pesadillas, pero correr.
Correr sin saber por qué o a dónde, pero correr.
Correr mientras se cree que se camina, pero correr.
Correr al abismo metafórico o real, pero correr.
Correr contra nuestra voluntad, pero correr.
Correr en nuestros sueños, pero correr.
Correr en un punto fijo, pero correr.
¿Alcanzarás la zanahoria, o el final de la rueda? Por supuesto que sí. Y cuando llegues allí, descansarás, pero hasta que llegue ese momento sólo hay una cosa por hacer…