Fantasmas

Hace unos días intentamos restablecer contacto con alguien que conocemos desde hace más de una década. Alguien con quien tuvimos en su momento numerosas y prolongadas conversaciones. Alguien con quien llegamos a hacer promesas tontas de aquellas que brotan durante una noche de borrachera, o en este caso, al calor de una charla online que se extiende hasta bien entrada la madrugada.

¿Su respuesta? “No recuerdo quién eres”.

Pensar que para muchas personas no somos más que un recuerdo borroso o hasta una etapa del todo olvidada vuelve a activar aquella parte del cerebro que no deja de dar vueltas a cualquier evento insignificante.

Si todo marcha bien, aún nos queda más de la mitad de nuestra vida por delante, y aun así ya hay tantísimas personas para quienes sólo somos un pedazo olvidado del pasado al que no hace falta regresar.

No hace falta ni imaginar la conversación que podrían tener dos personas indagando con nostalgia en el pasado, excavando casi por error una escena donde nuestra imagen aparece de fondo. El rostro difuminado, la voz distorsionada. Quizás recuerdan nuestro peinado o nuestra manera de vestir, pero aunque su vida dependiera de ello serían incapaces de recordar nuestro nombre.

Allí se detienen por un momento a pensar, y luego de decir en voz alta “¿Qué habrá sido de aquella persona?”, dan el tema por zanjado, y pasan a discutir sobre cualquier otro asunto que al momento parezca más relevante.



No hace falta imaginar la escena, porque hemos estado ya del otro lado de la ecuación, y en más de una ocasión.

Un día entraremos en la vida de un nuevo grupo de personas.

Con suerte nos volveremos cercanos y afianzaremos un lazo que nos conectará al mundo durante un buen rato, o bien, sólo será un encuentro pasajero que dentro de apenas unos días ya se habrá disuelto en el mar de eventos diarios que siempre ocupan nuestro tiempo.

La próxima vez que nos topemos a alguien de ese grupo, seremos incapaces de reconocernos mutuamente.

Si alguno de los dos perece, dicha situación se tornará imposible, llevando a que la huella dejada por el ausente quede condenada a desaparecer por completo.

Hubo un día en el que hicimos algo bastante fuera de lo común para nuestros estándares. Ese día, dada una serie de coincidencias apiladas, nos aventuramos a establecer una charla con una persona completamente desconocida en un entorno no creado para a la actividad social espontánea.



Omitamos detalles.

Basta decir que luego de haber entablado buenas migas por más de 2 horas (había mucho tiempo que matar) llegó inevitablemente el momento de que nuestro camino y el de aquella persona se habrían de separar, para difícilmente encontrarse otra vez. En ese momento decidimos (o quizás desde antes), sin decir una sola palabra al respecto, no intercambiar medios de contacto. De hecho, en ningún momento preguntamos por el nombre del otro.

Nada.

Sólo nos despedimos como si nada.

Marchamos en nuestra dirección, y la otra persona se quedó allí.

Una última sonrisa fue intercambiada entre aquella dupla de un día a través de un cristal, y así como inició, esa relación llegó a su fin.

De alguna manera, confiamos en que, de seguir aquella otra persona con vida, aún piensa en nosotros de vez en cuando con la misma nostalgia que nos invade al intentar recordar su rostro.

Porque evidentemente ya olvidamos sus facciones.

Tampoco recordamos su voz.

Parte de nosotros quiere creer que le regalamos “una canción” de despedida, pero también puede que simplemente estemos mezclando realidad y ficción acá.

Lo que sí es cierto, es que durante ese largo viaje dio tiempo incluso de que hicieramos un pequeño dibujo que representase aquel breve instante ya extraviado en el tiempo.



Ya no tenemos el original de ese dibujo. Hemos desechado tantísimos bocetos, garabatos, y demás. Sólo algunas páginas seleccionadas se salvan de la extinción total gracias a un escáner que recibimos a manera de obsequio hace años, y que a su vez está ligado a otra persona y a otra historia que día a día se torna un poco más distante.

Aquí mismo, en el blog, hemos tenido breves charlas en la sección de comentarios con algunos de ustedes, lo que nos hace preguntar, ¿se acuerdan de nosotros? ¿Dejamos una impronta lo suficientemente fuerte como para prevalecer en el océano de sus recuerdos? ¿O quizá ya nos olvidaron?

¿Recuerdan que en algún momento les presentamos al que sería el programador a cargo de darle vida al sitio web de Lain? Bueno, ese tipo sigue en pie. Diario está conectado en discord, y ya que también estamos allí seguido (aunque en modo invisible, como acostumbramos desde siempre), el recuerdo de su existencia está siempre latente, así como el de otras personas con quienes hemos intercambiado aunque sea un par de mensajes en dicha plataforma.

Allí también reside el perfil abandonado de aquel tipo que llegó a contarnos con harto júbilo que acababa de adquirir un machete para defensa personal, sólo para no volver a dar señales de vida allí, en el único medio de contacto que llegamos a tener con él.

¿Qué tantas otras historias no habremos olvidado ya?

Contempla una biblioteca, y aunque verás tantísima información disponible, lo cierto es que nunca faltará uno o varios libros que aun con todos los esfuerzos de preservación pasarán al olvido. Nadie los leerá. Les echarán una bomba, los quemará una nación enemiga, sucumbirán a un desastre natural, o simplemente acabarán en una planta de reciclaje cuando la institución que los hospeda se vaya a la quiebra, si es que tuvieron la fortuna de ser publicados en primer lugar, y no quedaron como un manuscrito que jamás fue leído por nadie.

La ciudad de Teotihuacán no fue construida por los mexicas, sino que ellos tan solo encontraron ese sitio, abandonado desde hace siglos, y al ver su magestuosidad, se dice que le dieron el nombre que hoy conocemos, cuyo significado es “Lugar donde los hombres se convierten en dioses”, aludiendo a la idea de que, en aquel impresionante sitio ya no quedaba ni un rastro de vida, pero gente capaz de erigir tales estructuras no podía simplemente haber desaparecido, sino que, seguramente trascendieron su forma humana y se convirtieron en algo diferente, más allá del entendimiento de los mortales.

En realidad, lo más probable es que fuesen víctimas de una epidemia, o se vieran desplazados por alguna sequía que les llevó a abandonarlo todo. Quizás fueron arrazados por algún grupo hostil que sólo iba de paso, cual vikingos en su momento.

Pero nadie sabe en realidad quiénes fueron.

Nadie sabrá en unas décadas o un par de siglos quienes fuimos la mayoría de nosotros.

Un meme ancestral en 240p le recordará al mundo que algún día hubo alguien llamado Edgar, a quien tiraron a un riachuelo de aguas negras.

Pero ya en serio… Es posible que algún entusiasta de Lain quizás se tope con este blog dentro de cien años, y tratará de unir piezas para determinar quién diablos se encontraba detrás de esta pantalla que hoy usamos para enviarles este mensaje, pero quizás sólo encuentre links caidos. Ni una señal de quien fuimos, si es que no llegan a la conclusión de que sólo fuimos un bot bastante avanzado para su tiempo.

Google irá a la quiebra, y el Web Archive será desmantelado. Allí será el fin de nosotros, si no es que por algún motivo elegimos borrar todo rastro de nuestro paso por la internet, en un esfuerzo paranoide por recuperar la privacidad que se nos ha venido arrebatando con los años.

No se sabe.

Eventualmente, todos los que leen, leyeron o leerán esto (y quienes no, también) nos convertiremos en poco más que fantasmas, recuerdos y registros inaccesibles cuya influencia en el mundo habrá sido tan pequeña que nadie intentará recordar.

Algo así como hallar el antiguo retrato de un perfecto desconocido en un puesto callejero de antigüedades.



Tu disco duro, tu actividad online, lo que sea que hayas hecho en el mundo. Un grafiti, una canción, un ensayo académico, o los ladrillos que colocaste en un departamento inaccesible para tu bolsillo. Todo eso seguirá allí cuando tú seas una pila de huesos bajo tierra o cenizas en una urna.

Prominentes figuras históricas del día de hoy también serán olvidadas, aunque claro, tomará más tiempo en esos casos, pero como ya relatan historias de ciencia ficción, si no se extingue la humanidad en los próximos milenios, llegará el momento en que mucha gente abandone el planeta Tierra, y en algún momento, esta roca que para nosotros lo es todo, para ellos no será más importante que los rostros de aquellos individuos sin nombre.

Una capsula del tiempo que te lleva a un lugar y momento más ficticio que real, y del que sólo obtienes lo que tu propia mente es capaz de elucubrar.

En fin.

Parece que hemos viajado muy lejos, tanto al pasado, como al futuro, así que volvamos al presente antes de concluir esta diatriba nocturna contra el paso del tiempo.

Año 2025 d.C.
Lunes 14 de abril.
02:23h. Madrugada.

Se escuchan uno o dos perros ladrando a la distancia.

Alguien ronca no muy lejos.

Poca gente tiene motivos para estar despierta, o activa a estas horas en un día ordinario como éste, así que el sonido ambiente es más bien poco.

Aun así, ocasionalmente se oye pasar un auto o alguna motocicleta. En efecto, justo ahora pasa un auto frente a la caja de concreto (casa) donde residimos. Para cuando terminamos de escribir esta oración, el vehículo ya se perdió a la distancia, junto con su música de banda.

Nuestro oído derecho zumba apenas un poco, quizás en un esfuerzo por enfocarse en cualquier cosa, porque el “ruido” que nos inunda es tan sutil que nuestras capacidades físicas no son capaces de extraer nada de allí.

No es silencio.

No hay tal cosa como silencio absoluto (cierra los ojos y no verás un negro puro. Apaga toda luz y verás sólo ruido, pero nunca un vacío total).

El sonido de nuestros dedos golpeando suavemente la pantalla táctil.

El ocasional rugir de nuestro estómago, diciendo que hace ya unas horas de nuestra última ingesta de comida.

No hay suficiente silencio como para llegar a escuchar el latido de nuestro corazón, o la pequeña corriente de viento generada por nuestra respiración.

El zumbido ahora es de un tono grave y viene del lado izquierdo. No es el mismo sonido que resulta de nuestro oído teniendo una minúscula avería, sino algo así como el ruido homogéneo que ocasiona quizás la instalación eléctrica que alimenta la luminaria urbana.

Un sonido constante y tan discreto que ni aun en condiciones como ésta somos capaces de reconocer.

Quizás con un buen micrófono podríamos captar con claridad esos sonidos, pero entonces deberíamos preguntarnos qué cosas se le escapan incluso a ese dispositivo, obligándonos a buscar un aparato todavía más sensible y poderoso, sólo para vernos en la necesidad de repetir el proceso hasta el absurdo, olvidando en el proceso qué intentábamos lograr con esa medición.

Olvidando en el proceso qué intentábamos lograr con esa medición.

Olvidando en el proceso…

Olvidando…

Aquella persona con quien intentamos charlar hace poco nos ha olvidado.

En efecto. A eso intentábamos llegar con todo esto.

A que quizás, así nos neguemos a admitirlo, o seamos incapaces de comprenderlo, existe una especie de miedo instintivo a la idea de pasar al olvido… pues sabemos bien que ese momento llegará tarde o temprano. Incluso amenazando a más de uno con llegar antes de siquiera perder su estatus como ser viviente.

No queremos llegar a ser aquel fantasma esperando entre las ruinas a que alguien le recuerde, sólo para ver eones pasar frente a sus ojos sin que nadie, ni él mismo (¿o era ella?), sea capaz de darle una razón de ser a su etérea existencia.



Hoy vemos a nuestros ancestros yendo directo rumbo al olvido, quizá por esa razón nosotros sentimos cierta necesidad de hacer algo más grande, más impactante, más trascendente que lo que hicieron ellos… tal vez no es más que un intento desesperado por dejar huella (o bien, nuestra existencia en sí misma es el resultado de esfuerzos que ellos emprendieron con tal de trascender en el tiempo).

“A ellos nadie los recordará cuando sus últimos familiares directos hallan muerto, pero nosotros, redactores de tremendo blog con miles de visitas… A nosotros nos recordarán más adelante. Un historiador o internauta curioso llegará aquí, buscará frenéticamente todo rastro de nuestra actividad online, y quedará cautivado y aterrado en igual medida si logra encontrar lo que desea”.

Sí, esa parece ser la mayor aspiración que tenemos al redactar estas palabras.

Claro que nuestra vida no se limita a nuestra actividad online, pero gastamos numerosas horas frente a la pantalla en cosas tan mundanas como comentar en un capítulo de anime o en el nuevo disco que encontramos. Durante esas horas frente a la pantalla, el llamado “mundo real” es prácticamente inexistente, así que es allí donde actuamos, es aquí donde obramos, en este espacio incierto donde nos compele la imperiosa necesidad de dejar registro de nuestra existencia, aún si eventualmente, como todo, esos registros desaparecerán, como tantos que ya se han esfumado y otros más que sólo existen en las memorias de quienes estuvieron allí durante ese instante en que podría decirse, tuvieron vida.

Un pianista español de nombre Rafael Zacher publicó varios covers y composiciones originales alrededor del año 2009, para luego desaparecer sin razón aparente, dejando atrás nada más que aquellas piezas que jamás llegaron a un gran público.

Durante muchos años pensamos que había fallecido, pero hace no mucho descubrimos que sigue con vida, si bien, abandonó la música para dedicarse a entrenar perros de competencia (aquellos que participan en carreras de obstáculos y cosas parecidas).

Intentamos contactarle, pero a la fecha no hemos recibido respuesta alguna de su parte.

Quizás no sea más que una fijación por el pasado y aprensión por el futuro, pero lo cierto es que una de sus canciones originales que recordamos con mayor frecuencia es aquella que lleva por nombre “Remember me” (recuérdame), y cuya imagen adjunta en aquellos años (hoy día, extraviada por completo), se parece bastante a la infame escena de Ikiru, película de Akira Kurosawa, donde el protagonista se balancea lentamente en un columpio, en una noche nevada, a sabiendas de que se avecina el final de su vida.



En fin. Ahora son las 03:08.

Le daremos una revisión a este texto antes de publicarlo, con las debidas ilustraciones y adornos necesarios. Pero mientras, pasaremos a olvidarnos un poco de todo cuanto hay en el universo entero, para sumergirnos en el sueño, donde nos aguarda el subconsciente, o quizás el vacío absoluto.

Ya veremos.

El cálculo determina los medios

Dedicado a
una persona
importante.
------

Un motociclista esquiva autos en plena avenida principal para ahorrarse algunos segundos adicionales. El riesgo-beneficio que conlleva semejante maniobra debe ser ridículo para muchos, pero es el día a día de tantos más. La posibilidad de sufrir un accidente fatal no se puede pasar por alto, sin importar la pericia de quien conduce el aparato o su historial de buena conducta.

Legislaciones permiten un mayor límite de velocidad para promover la productividad, incrementando en el proceso la tasa de incidentes viales así como el número de muertes derivadas de estos. La productividad incrementa. La estrategia es considerada un éxito rotundo. Se replica en más ciudades con resultados similares.

Una empresa de cobranza adquiere de un banco la deuda que alguien no ha pagado desde hace años, con la intención de esperar a que los intereses se inflen lo suficiente como para tomar acciones agresivas contra el moroso, aún si le arruinan la vida en el proceso.

El secuestro, y posterior asesinato de miles es encubierto gracias a un gobierno que llegó a la conclusión de que estar en buenos términos con el crimen organizado reporta mayores beneficios que atender a las demandas de sus ciudadanos “bien portados”.

Otra guerra acaba con la vida de millones de inocentes.

Un nuevo producto que se ha demostrado cancerígeno o dañino de algún modo a largo plazo acaba en los anaqueles del mundo por cumplir regulaciones estipuladas por un gremio liderado por los altos rangos de las mismas empresas que elaboran dichos productos.

Otra novedosa IA arrasa con los titulares del mundo, despilfarrando en el proceso los recursos que emplea para operar los equipos de cómputo responsables de la magia detrás de escena, para el beneficio primordial de quien poseé el algoritmo ahora rebosante de información recibida voluntariamente por el público.

Otro millonario evade exitosamente la paga de impuestos con la ayuda de su equipo de contadores, administradores y abogados, incrementando a cada segundo la brecha que le separa de la clase trabajadora.

Por supuesto que escuchamos hablar de todo esto y nos sentimos indignados. Pensamos o decimos en voz alta “¿Cómo puede alguien vivir con semejante peso en sus conciencias?” “En mi vida yo jamás sería capaz de cometer tales atrocidades”.

Pero permitidnos un momento de su tiempo para evaluar ese segundo comentario.

¿En verdad somos incapaces de patrocinar un genocidio, de contaminar el agua de millones, o encubrir otros crímenes contra la humanidad?

En lo personal, creemos que no.

Aunque nuestro mayor crimen sea quizás el hurtar algunos artículos de bajo costo en un supermercado, no podemos negar que hay decenas de infracciones mucho más severas que consideraríamos cometer de tener certeza de que saldríamos impunes.

Hay personas a quienes quisiéramos ver muertas, dado que según nuestro punto de vista, eso habría de mejorar nuestra vida de manera tal que los beneficios resultantes de ello compensarían con creces la pérdida causada por esas muertes.

Eso no suena muy distinto a lo ya enunciado en los primeros párrafos de esta publicación. Quizás la mayor diferencia radica en la escala de tales pensamientos, y en el hecho de que nosotros no contamos con los medios para hacer que se cumpla nuestra voluntad.

Y por el contrario, hay quienes no sólo tienen recursos de sobra, sino que han nacido con una mayor fortuna que la que nosotros podremos amasar en 10 vidas de trabajo duro. Ellos encuentran perfectamente natural el moldear las reglas del mundo para que se ajusten a sus caprichos. Lo ven como un derecho de nacimiento incuestionable.

Un joven siempre estaciona su auto en un área restringida, a lo cuál, un compañero le dice “oye, eso es ilegal”, pero el otro insiste en que está perfectamente bien, ya que “mi papá lo paga después”.

No es un comportamiento inhumano el deshumanizar a otros con tal de exterminarlos y mostrarnos indiferentes al malestar que les provocamos a ellos y a tantos otros como resultado secundario.

Todo ser viviente es egoísta por naturaleza.

Ése es un principio con el cual entendemos el mundo. No es una verdad absoluta, ni tampoco es algo que consideramos todos deban interiorizar. Sólo deseamos explicarlo, como parte de este pequeño esfuerzo por entender el mundo y a los seres que lo habitamos.

Ningún ser viviente puede experimentar los sentimientos, sensaciones, ideales o pensamientos de alguien más. La empatía, incluso la más vívida sólo es una imitación que sucede en nuestro interior y tiene el objetivo de ayudarnos a aprender de la observación.

No lloramos y sentimos rabia porque hayan asesinado a nuestra mejor amiga, lloramos porque hemos perdido a alguien preciado para nosotros y sentimos rabia porque entendemos que el egoísmo de alguien más se antepuso al nuestro.

No se trata necesariamente de que querramos ser nosotros el banquero que se beneficia de dar créditos a gente que jamás acabará de pagar los intereses acumulados, pero el sólo hecho de estar consciente de que detrás de las obvias diferencias se encuentra un ser humano igual a nosotros, es razón suficiente para asumir que en su lugar haríamos lo mismo, por considerarlo benéfico para nosotros.

Incluso lo contrario. Ayudar a otros, desde hacer un cuantioso donativo a la beneficiencia, o dedicarle tiempo a escuchar los pesares de un amigo, son actos que a final de cuentas efectuamos por el beneficio que nos reporta. Nos hace sentir bien ayudar a alguien más. Nos hace sentir bien que confien en nosotros. Nos hace sentir bien que los recursos que disponemos sean usados en beneficio de más personas (o de otros seres, conceptos, ideologías, etc). “Hoy por ti, mañana por mí”.

Si hoy nos negamos rotundamente a darle un centavo a esa persona suplicando por la más mínima ayuda a todo el que pasa, y luego ocupamos ese dinero en alguna golosina, no es porque seamos monstruos inhumanos que hemos perdido toda capacidad de empatizar con el prójimo, sino que somos otro ser humano que actúa con su propio beneficio como prioridad máxima (única), sólo que en este caso en particular, llegamos a la conclusión de que un dulce nos brinda mayor beneficio que ceder esa moneda a otra persona.

En cualquier otro día la decisión podría ser diferente.

Y según la persona, veremos una mayor inclinación por ciertas maneras de definir lo que resulta mejor para sí.

Así mismo, puede ser que nos haga sentir mal el depender de otros o mostrar debilidad. En ese caso, preferiremos el malestar que cargamos y que por experiencia, sabemos que no podremos combatir por nuestra cuenta, a reemplazar ese dolor con la culpa que nos habrá de carcomer si elegimos “arruinarle el día” a otra persona, en un acto “egoista” de nuestra parte, cuando en realidad cualquier camino que tomemos parte de una búsqueda por el beneficio propio (lo cual no es “mejor” o “peor” de ningún modo).

No es que seamos “muy empáticos” y no querramos importunar al otro, sino que nuestro balance mental de costo-beneficio indica que saldremos perdiendo en ese intercambio (pensar en los intereses del otro aquí es apenas un factor de la ecuación, mas no el resultado que buscamos).

¿Es correcto ese cálculo?

Pregunta equivocada.

No hay una respuesta “correcta” en todo esto. Más bien, tenemos un cálculo diferente con sus propias variables y respuestas únicas por cada ser viviente capaz de realizar tales procesos. Si crees tener “la respuesta”, también crees que nadie más la tiene.

¿Vale la pena seguir viviendo? Alguien que defienda la idea de que no, dirá que el mayor beneficio posible radica en la eterna parsimonia de la no existencia, mientras que su detractor argumentará que el vacío infinito no se equipara al potencial que reside en cada vida humana, pero a final de cuentas ambas respuestas son válidas en cuanto que resultan del mismo cálculo efectuado con distintos valores, los cuales se encuentran en constante actualización y dependen de infinitos factores que escapan de nuestro control.




Alguien le reprocha a otra persona por su intento de suicidio, diciéndole que de haber tenido éxito, los trenes se habrían detenido, el tráfico habría aumentado, los accidentes víales habrían escalado, y más vidas habrían terminado, sin contar todos los efectos colaterales, desde otorgarle una experiencia traumática gratuita a quienes presencian el acto y a quienes habrían tenido que lidiar con los pedazos esparcidos de un ser humano hecho pedazos, hasta la permanente herida a familiares, amigos y otros conocidos que habrían de sufrir la pérdida del individuo. “¿Cómo puedes ser tan egoísta?” le dicen al suicida.

Ahora resulta que no sólo estamos obligados a vivir bajo los términos y condiciones de alguien más, sino que nuestro deceso también tiene que ajustarse a las regulaciones en vigor… Así como aquel incremento del límite de velocidad que acaba con la vida de tantos. “¡Es que eso tiene como resultado un aumento en la riqueza acumulada del estado! El beneficio neto que obtiene la población compensa con creces el sufrimiento de quienes lamentan todas esas muertes. Un suicidio aleatorio no va de la mano de cifras tan atractivas como las ya mencionadas.”

Solución: Coloca una barrera que impida a la gente lanzarse a las vías, y obstaculiza de manera similar otras posibles “rutas de escape” para que la gente muera de manera tal que complique lo menos posible la vida de los que siguen en pie. Qué raro que la eutanasia no sea legal con semejante panorama, pero es posible que eso esté ligado a aquella “obligación” que tenemos de vivir, pues sólo los vivos aportan su mano de obra a este mundo donde todo es urgente y nunca se termina el trabajo pendiente.

Las leyes y toda serie de reglas existen para mantener un orden allí donde su influencia se hace presente, y todo aquel que busca saltárselas o tergiversarlas a su antojo no es más que alguien cuya calculadora interna indica que las normas en vigor no le benefician lo suficiente según una métrica única de dicha persona.

¿Acaso estamos intentando justificar todo crimen y pecado imaginable, equiparándolo con ejemplos de actitudes inofensivas del día a día?

No. Apenas es una explicación lo que ofrecemos.

El cálculo determina los medios, mas no justifica nada (entiendiendo por “justificar” el acto de eximir de toda culpa a alguien que actúa con intenciones supuestamente loables, aun si en el proceso pisotea alguna que otra norma. “Quizá lo que hizo no es correcto, pero está justificado. Es justo”).

En ese sentido, incluso podríamos decir que nada está justificado, pues aquello que es “justo” no es más que un acuerdo más o menos aceptado por un grupo que busca mantener cierto equilibrio porque de alguna manera eso parece reportar los beneficios a los que aspiran, pero ni por asomo se trata de un balance perfecto o que beneficia a todos por igual, dada la imposibilidad inherente que trae el desear darle a todos lo que quieren, sin arrebatarle algo a tantos más en el proceso.

Y reiteramos, esto no es más que nuestro punto de vista.

Si esta información lleva a que concluyas que el mayor beneficio para tu vida radica en la paz mundial, para luego dedicar el resto de tu vida a alcanzar esa meta, adelante. Tendrás nuestro apoyo (en la medida que consideremos que nos beneficiará ayudarte).

Y si esta publicación despierta en ti la necesidad de arruinar la vida de todas y cada una de las personas que se crucen en tu camino, porque sólo eso es capaz de satisfacer los requisitos que tu calculadora interna determina necesarios para alcanzar tu bienestar, adelante. No cuentas con nuestro apoyo, y ojalá nunca debamos interactuar contigo, pero mientras no consideremos que tus actos interfieren con el cálculo de nuestro propio beneficio, tampoco buscaremos frenarte.

Entonces, ¿es posible configurar el algoritmo de otras personas para que su beneficio coincida con el nuestro?

Por supuesto.

A eso se le llama educación.

Hay quienes usan el término “lavado de cerebro” para ciertos tipos de educación. Manipulación y coherción llegan a compartir elementos también. Mentiras y estafas habitan el mismo ecosistema. La ingeniería social podría ser el mayor exponente conocido de todo esto.

Todo vale si tu propia configuración lo permite, y dicha configuración es producto de los parámetros que te fueron inculcados desde que saliste del vientre de tu madre, pero incluso si son maleables (nada es perpetuo, el cambio es la única constante), es debatible qué tanto control tenemos de ello. En lo personal, nos cuesta creer en la existencia del libre albedrío, aunque en la práctica, creer o no en ello probablemente no altera el resultado (a final de cuentas, toda resolución podría incluso estar predestinada, si nos place llegar a esos extremos).

Es decir, aun si hoy estás a la cabeza de la jerarquía educativa, eso no significa que los parámetros que buscas instaurar para tu propio beneficio sean una invención tuya. Caray, puede que en realidad sean para beneficio de quien te precede, o quien estuvo en tu posición varias generaciones atrás. Si la voluntad de tus tatarabuelos es lo suficientemente fuerte, o se ha escondido en los recovecos del subconsciente familiar o cultural, tú podrías creer que tienes ideas y deseos propios, cuando en realidad se trata de los vestigios transmitidos por inercia desde tiempos inmemorables.

Balance. Números rojos.

En fin, este fue un año bastante silencioso por aquí, y ciertamente tampoco fue un desborde de adrenalina acá en nuestro mundo real (lo cuál se aprecia mucho en aras del caos circundante a lo largo y ancho del planeta), pero pese a que hemos estado un tanto lejos de ustedes desde hace ya un rato, hoy precisamente sentimos la necesidad de terminar el día frente al teclado, enviando un pequeño y posiblemente insignificante mensaje a quienes por una razón u otra, acaben extraviados en este recóndito callejón de la red.

En este preciso instante son las 11:25 de la noche, sólo unos minutos nos separan del término oficial de este año 2024, este pretexto histórico o mitológico al que nos aferramos para elevar nuestras plegaras por un futuro más grato, e intentamos refrendar metas y propósitos que por una u otra razón nos siguen eludiendo año con año.

Pero no, este año nuevo será diferente.

Tonterías.

Sabemos que es muy común comenzar el año con más energía que nunca, sólo para perder todo el impulso apenas transcurridos unos pocos días. No tiene sentido intentar correr un maratón si tu cuerpo no es capaz de soportar el esfuerzo necesario para completar un 5% de la carrera completa.

No, este año nuestro propósito no es alcanzar grandes metas, y de hecho, el propósito del año que está por terminar tampoco lo fue.

Demos un paso atrás y pensemos en lo que intentamos conseguir en este 2024: Buscar un objetivo.

En efecto, teníamos ciertas ideas, ciertos planes, ciertas misiones que cumplir, pero todas ellas fueron encaminadas a ese “meta-objetivo”, y es que no se puede soñar con alcanzar ciertas metas si no tienes meta alguna, o todas las que tienes están revueltas, estorbándose las unas a las otras, intentando salir a flote hundiendo alguna otra en una pelea sin sentido en la que nadie logra nada al final del día.

Poner un poco de orden, y ni siquiera podemos decir que lo hayamos logrado en su totalidad.

No, aún queda mucho por hacer, muchos nudos por desenredar, mucha basura por desechar, numerosas reparaciones y demás.

Hemos transitado el mundo de los vivos por ya demasiados años, pero estamos lejos de hallarle un sentido a nuestra vida, y peor aún, esa falta de dirección nos ha hecho perder la oportunidad de alcanzar metas que podríamos haber conseguido de comenzar a trabajar en ellas más pronto, mientras que, cada día que pasa, otra meta se esfuma en el horizonte sin que jamás hayamos alcanzado a distinguir su figura ya borrosa a la distancia. Quizá no es que fuera inalcanzable, sino que hemos perdido tanta agudeza visual, que no somos capaces de distingir la forma de todas esas constelaciones intentando llamar nuestra atención con su brillo cósmico.

Quizás no es que estuvieran tan lejos, pero una pésima condición física nos impidió correr lo suficientemente rápido como para alcanzarlas, o seguir en marcha por tiempo suficiente para no acabar perdiéndolas de vista.

Quizás estuvieron a nuestro alcance, y llegamos a tocarlas, pero con un cuerpo tan debilitado, fuimos incapaces de sujetarlas con firmeza, de modo que acabaron escapando de nuestras manos, para no volver jamás.

O peor aún, quizás tenemos todo lo que hace falta con nosotros, aquí mismo, bajo nuestros pies, sobre nuestra cabeza, y alrededor nuestro, o dentro de nosotros, pero simplemente hemos perdido (o aún no desarrollamos) la capacidad mental para entender que, de hecho, no hay un sueño por alcanzar, y todo lo que hace falta ya está aquí.

¿Cómo aspirar a grandes metas cuando las herramientas con que intentamos esculpir nuestro futuro son inadecuadas, están maltratadas, o simplemente desconocemos que están allí?

Este año 2024 nos ayudó a descubrir algunas de esas herramientas, y a percatarnos del exhaustivo mantenimiento que requieren tantas otras. Del mismo modo, comenzamos a dar los primeros pasos, o más bien preparativos, para darle un profundo tratamiento a dichas herramientas, lo cuál ya comenzó, pero se hará con más esmero este 2025.

En pocas palabras, el propósito para este nuevo año (que comenzará oficialmente en 11 minutos, de acuerdo al reloj que tenemos a mano ahora mismo) será algo tan simple como mejorar nuestra salud, que hemos pasado por alto durante… prácticamente toda nuestra vida.

Claro, hay otras cosas por hacer aparte de eso.

Proyectos que se siguen empujando para recordarnos que debemos darles continuidad, porque años y años de trabajo en ellos no significan que ya hayamos terminado con casi ninguno, y dejar las cosas a medias es algo que aborrecemos con toda el alma, aun cuando somos conscientes de que la única manera de terminar todo lo que queremos hacer, sería replantearlo todo para recortar contenido y hacerlo caber en el limitado tiempo que tenemos para existir en este mundo. Tirar por la borda tanto del equipaje que cargamos, a fin de llegar a la meta con las manos vacías y los brazos abiertos para recibir a la muerte como se lo merece, como bien decía Gojira, “el arte de morir es la manera de dejar ir todo”.

Media noche justo ahora.



Pero no, nos conocemos lo suficientemente bien como para saber que preferimos (al menos actualmente) aferrarnos a cada sueño, a cada misión que hayamos emprendido, aún si sólo es un concepto o idea que no ha conseguido materializarse ni siquiera en un 0.00001%.

No, no queremos dejar ir las cosas.

Llamémosle síndrome de diógenes creativo, a falta de una mejor nomenclatura.

Quizás sería apropiado agregar una limpieza en ese departamento como parte de los propósitos de año nuevo.

Al diablo los laberintos, al diablo los libros encriptados, al diablo el proyecto de vtuber que sigue programado para finales de enero algún momento de 2025, al diablo el sitio web de Lain que lleva en hiatus ve tú a saber cuánto tiempo ya. Al diablo nuestra formación musical que comenzó apenas hace unos meses, al diablo todas esas piezas de encuadernación que dejamos a medias desde hace años, enviad todo al reciclaje a como dé lugar. Al diablo cualquier otra idea o proyecto tan abandonado que ni siquiera somos capaces de recordar al calor del momento.

Al diablo esa obra de arte efímera, ese performance anticuado y tan gastado llamado vida, que sigue fascinando a los ineptos aburridos que no han visto jamás su existencia entera pasar por delante de sus ojos en un parpadeo que recopila sagas enteras de una serie de películas desabridas sin presupuesto ni mucha gracia que digamos.

Al diablo todo.

Ah no… Mejorar nuestra salud.

Sentar las bases para volver al mundo de los vivos, con renovado brío, y ahora sí, quizás, por fin, tomar decisiones, elegir caminos, dar un primer paso firme, y no el trote vergonzoso de un enclenque desafiando a un atleta de talla internacional.

Quizá fallezcamos en el camino.

Quizá fracasemos en el intento.

Quizá ya es demasiado tarde.

Quizá estamos equivocados.

Quizá jamás lo sabremos. (Aunque no sería descabellado pensar que, de hecho, lo más seguro es que jamás tengamos certeza absoluta de nada)

En fin. 00:28.

Algunas amenidades típicas de la ocasión llevaron a que el flujo constante de palabras en esta publicación se viera interrumpido por un momento. Tienen nuestras más sinceras disculpas, ya que, de paso, hemos perdido el hilo conductor de nuestros pensamientos, y quizás incluso nuestro estado mental haya cambiado en estos últimos minutos. ¿En qué estábamos, entonces?

Ah sí, ¡Al diablo todo!

Sí, así me gusta.

¿O no era eso?

En fin, esperen escuchar de nosotros nuevamente más pronto que tarde, o imagínense que de hecho, sí perecimos en nuestro ambicioso intento de enderezar un poco la columna vertebral, y sigan con su vida como mejor les plazca.

Salud.

.