Querer no querer. Pensamientos de fin de año

Y llegamos al último mes del año. Yee!

No obstante, el mes de noviembre tuvo tan poco progreso en el proyecto de Lain que no vale la pena dar novedades acerca de eso. Por otro lado, avanzamos bastante en el “proyecto secreto” del que no hablaremos aún, y sumado a eso, tenemos otras ocupaciones dispersas que nos consumen algo de tiempo, así que ni siquiera hemos comenzado la traducción de Rakkatan.

Pero prometimos una publicación cada primero de mes, y estamos redactando horas antes del día de entrega. Es igual que en el colegio. ¡Hostia puta!, qué nostalgia.

“Mierda, ¿cómo armar una publicación decente sin preparación alguna?”

Diálogo interno: La temporada decembrina suele hacernos pensar sobre “la superficial celebración que es navidad”, y toda esa diatriba pseudo-intelectual que sólo sirve para justificar lo “bien” que encajamos en la sociedad (así como todo entusiasta de Lain que se respete), pero ya que la navidad sigue a unos pasos de distancia, ni siquiera estamos de humor para pensar sobre eso.

A ver, que está el “buen fin”, al cual podríamos tildar de excusa para gastar a lo baboso a raíz del sentimiento de urgencia detrás del “por tiempo limitado” que precede a la alza de precios dada la inflación y ve-tú-a-saber qué tantas mierdas financieras que escapan de nuestro entendimiento.

Sí, podríamos hablar de eso, pero el párrafo anterior ya resume todo lo que nos apetece decir al respecto, y eso aún no da para una publicación que valga la pena, así que, ¿qué tal esto? Intentemos hacer un poco de reflexión acerca del párrafo anterior y nuestra peculiar manera de entender los despilfarros de fin de año.

Tiene gracia, a finales del año pasado, mientras medio mundo pensaba en sus compras decembrinas, nuestra mayor prioridad era deshacernos de todas las pertenencias que sabíamos jamás usaríamos. Fueron varias semanas de ir a donar ropa, reciclar papel y tirar cosas inútiles. Éste año ni siquiera tenemos de qué deshacernos, o quizá sí, pero no lo suficiente como para que amerite poner manos a la obra.

Y aún así, hay posesiones que se han vuelto tan importantes en nuestra vida diaria que de perderlas sólo podríamos apresurarnos a comprar un reemplazo, por mucho que en principio, no se consideren de primera necesidad: La tablet en que redactamos esta entrada, los audífonos y el reproductor de música HD que estamos usando, o el teléfono celular que se ha vuelto parte de nuestro mismísimo cuerpo…

No… un segundo, eso último es mentira. No ocupamos teléfono celular. Es digna de ver la cara de incredulidad que pone cualquiera al escuchar esa frase (salvo por los promotores de compañías telefónicas que creen que nos inventamos la peor excusa del mundo para no escucharles). ¡Qué ganas de sufrir un robo en el que el delincuente reciba la tremenda sorpresa de que su víctima ni siquiera lleva “el celular barato para los asaltos” que cabría esperar del habitante promedio de un país tercermundista! (?)

En efecto, cierta aberración por la dependencia tecnológica aún existe en este mundo, lo cuál resulta cada vez más difícil de sobrellevar. Todas nuestras cuentas en diferentes sitios de internet se ven enlazadas, productos y servicios anclados tan estrechamente a nuestra identidad que “el algoritmo” nunca falla en predecir nuestra próxima compra, el supuesto anonimato de internet se disuelve en los motores de búsqueda y en las huellas de información que sin saberlo vamos dejando a nuestro paso. Si alguien acá se pusiera a trabajar en ello, seguramente podría dar con nuestra identidad y paradero exacto en poco tiempo.

Exageraciones más, exageraciones menos, lo cierto es que nuestra renuencia casi primitiva a “adentrarnos de lleno en la maquinaria social” se ve impedida por las peculiaridades de la misma sociedad en que nos encontramos y de la que hemos aprendido a vivir.

Ciertamente pasar la madrugada redactando una entrada para un blog perdido al fondo de la infografía del iceberg no es algo esencial, podríamos abandonar este proyecto y todo lo demás en nuestra vida para dedicarnos a la contemplación distante del acaecer cotidiano, pero nuestro afán de alcanzar la iluminación no es tanto, así como tampoco lo es nuestro rechazo por la vida urbana o de la periferia.

Es decir, si hay algo que no querríamos perder jamás, sería nuestro acceso a internet, con todos los estímulos audiovisuales que ofrece a un módico precio… Venga, que es la “caja idiota 2.0”, donde no sólo consumes el entretenimiento producido por un gran corporativo, sino el de cualquiera que comparta algún interés contigo, paraíso del anacoreta digital.

Todos consumen y todos son consumidos.

Y nace la dicotomía, ¿Qué es preferíble, entregarte de lleno al mundo contemporáneo, con su billetera agitada, comunidades express, e insatisfacción perpetua, o reducir tu dependencia tecnológica al mínimo, evitar gastar un sólo centavo no indispensable, y limitar tu interacción humana a las dos o tres personas que realmente te importan en el mundo?

Oh tragedia, ninguna es atractiva/asequible, ¿y qué hay de un punto medio? ¿Se pueden balancear las fuerzas? Se dice que sí. Pero en este mundo de “no confíes en nadie más que en ti”, es difícil creerle a quien afirma tener una respuesta.

Nuestra experiencia es la de que vivir en el punto medio es como ser la bandera en un juego de tirar de la cuerda. Fuerzas de ambos lados jalan sin descanso esperando quedarse con el premio, y cuando un lado parece estar ganando, el otro toma nuevo impulso y remonta de momento, luego se repite y nunca gana nadie, mientras tanto, ahí tienes a la banderita reflexionando sobre su participación forzada en un juego ridículo, e imaginando cómo sería la vida si uno de los bandos ganase el encuentro.

Alguien dijo que sería maravilloso poder entender las discusiones a manera de un baile en lugar de una pelea: En lugar de ver quién gana, apuntar a la armonía. Kudaranai.

Jamás hemos aprendido a bailar. Pero eso es irrelevante al tema que nos atañe.

¿Qué tema nos atañe? Cierto cierto, gastos de invierno, o algo así.

Quizás sería inteligente de nuestra parte invertir en una nueva computadora de escritorio… tocará reflexionar otros seis meses al respecto.

Pensar en dinero de manera práctica definitivamente no está entre nuestros pasatiempos. Afortunadamente no elegimos la carrera de contaduría, aunque podría haber sido un buen giro de guión.

Desviándonos un poco, tiene gracia la manera en que usamos este blog para escupir nuestros diálogos internos sin la más mínima intención de que realmente alguien los lea siquiera. Aunque si usamos este blog para eso y no otro sin la audiencia que éste va ganando, probablemente significa que tampoco despreciamos la idea de que el lector con una pizca de curiosidad escarbe en nuestras palabras en busca de un significado que ni siquiera planeamos comunicar de antemano (o bien, nos quedamos con la costumbre de escribir aquí y para nadie cada tanto, ya que realmente este blog no solia tener visita alguna hace algunos ayeres).

Ustedes son un grupo muy extraño, lectores. ¿Deberíamos agradecerles de todo corazón por su genuino interés en estos párrafos, o insultarlos en voz baja por perder su tiempo en los debrayes de un internauta sin rostro? Cualquier opción suena apropiada.

Hagan lo que les plazca, así como nosotros. ¿Es esa la moraleja?

No parece ser una muy buena, siendo que en principio el resultado de hacer eso no garantiza ninguna clase de solución al problema original de “cómo integrarse a un sistema sin integrarse realmente”.

Puesto así, suena a que la respuesta es adentrarte pero de manera superficial, procurando que nunca se adueñe de tu vida… Y puesto así, suena a lo que diría un drogadicto acerca de su consumo de sustancias cuando aún no se notan los efectos a largo plazo de su condición. Y dicho así, definitivamente no es una lección que alguien quiera adoptar en su vida diaria… (como si un texto anónimo perdido en el abismo virtual fuera capaz de influir en la vida de una persona).

Lo cierto es que antes de comenzar a escribir esta entrada ya habíamos pensado en el título, pero no teníamos idea de qué queríamos decir con eso, o cómo íbamos a abordar el tema, cualquiera que ése fuera. Pero ya que llegamos tan lejos, quizá ya hay contexto suficiente para tomar al toro por los cuernos.

En efecto, el fin de año y sus gastos a lo grande siempre acentúan el dilema de querer comprar esas hermosas bocinas y el absurdo detrás de tremendo derroche innecesario. A ello diría ese taxista random que nos hizo la plática algún día: “date tus gustos”, mientras elogiaba sin reparo las posaderas de cuanta hembra curvilínea cruzaba su campo de visión. Filosofía pura y dura, damas y caballeros.

¿Es así? ¿Los placeres hedonistas son la mayor aspiración de la vida humana? No podemos negar que entregarnos de lleno a la carne está en el espectro de posibilidades que no descartamos del todo, pero de nuevo, el tira y afloja no se decanta por una cosa ni por otra.

¿Será que el inconveniente original está en siquiera buscar una respuesta? Como diría cierto padre irresponsable: “disfruta los pequeños desvíos”, o como alecciona Yuri, la patata moe: “a veces habrá cosas buenas, y eso basta”, pero nuevamente, ¿es realmente posible vivir así? Tan sólo aspirar a una vida sin aspiraciones ya es una aspiración en sí misma. El peso de esa contradicción nos aqueja desde hace años, y para ser sinceros, no sabemos siquiera si el objetivo detrás de ese jaloneo es obtener a un ganador, o si el sólo hecho de perpetuar el juego es la verdadera meta oculta a los ojos de los participantes.

Cualquiera que sea el caso, el hecho es que incluso de llegar al meollo del asunto, y desenredar el nudo fundamental de la vida humana, eso sólo sería un paso en el eterno camino que es el conocimiento del todo. Los avances en ciencia y tecnología no nos acercan tanto a una solución final como nos alejan un poquito de nuestra noción de ignorancia total. El día que se resuelve un problema lo primero que notamos es que hay otros veinte que llevaban ocultos bajo la alfombra unos cuantos miles de años.

Más que solucionar problemas, se intercambian por otros, más que resolver preguntas, se reemplazan con otras, o como diría el esquite artificial: “la vida siempre será difícil, sólo será difícil de manera diferente”, o algo así.

Por lo tanto, zambullirse en el sueño capitalista te dará problemas, huír de dicho anhelo te dará problemas, oscilar entre uno y otro te dará problemas, así que en última instancia, da lo mismo, siempre habrá problemas.

Luego, eso suena como un argumento conformista, y todo el mundo sabe que el conformismo nunca trae beneficios, pues sólo se centra en minimizar el daño en lugar de buscar ganancia. ¡La supervivencia del más fuerte sigue tan vigente hoy como hace diez mil años! Pero visto desde otro punto de vista, ¿no cabría decir que si todo trae problemas, también ha de traer soluciones?

Es como aquella idea unipolar que dice que la humanidad es egoísta hasta la médula, y nada más. Pero la idea detrás de cualquier extremo no puede existir sin un contrario. La cegera no existiría como concepto si no existiera la vista, las dificultades de la vida no existirían de no haber… ¿cuál es el antónimo de “dificultad”? ¿Facilidad? ¿Hay facilidades en la vida? Claro, este mismo sistema que parece recibir todos los vituperios del mundo también ha puesto en nuestras manos los propios medios para criticarlo en aras de hacerlo mejor cada día. Son reales y palpables los beneficios de la globalización que nos permiten acceder (con mayor o menor injerencia) a cada rincón del mundo dentro del lapso de nuestras vidas.

Es sólo que a veces resulta más fácil concentrarse en las cosas que no funcionan que en aquellas que están bien, después de todo, “es normal que estén bien, así debería de ser, pero por otra parte, este problema que tanto me aqueja a mí (y sólo a mí), ¡eso debería cambiar de inmediato!”

Y tenemos a aquellos que creen que su causa humanitaria debe ser el centro del mundo para todos, por sobre cualquier otra causa igual de válida pero que a ellos en particular no les afecta. Recordamos a cierto activista reclamando a un creador de contenido del otro lado del mundo por dedicar tiempo en su pequeño espacio a hablar de sus intereses personales, en lugar de apoyar “la causa importante” que debería estar en boca de todos… Y de nuevo nos lanzamos a observar la parte no tan grata del asunto.

El vaso medio vacío.

Está bien, cada quien tiene su vaso.

Al diablo los vasos, rómpanlos y que se derrame su media agua, a ver si eso cambia algo.

Vale vale, ya llevamos casi dos horas escribiendo sin descanso, quizá va siendo hora de parar, pues así como va la cosa, seguiremos escribiendo hasta que Chrome se vea incapaz de procesar el volumen de texto que no paramos de vertir en esta caja de texto… Aunque la nueva versión de Blogger realmente funciona mejor en dispositivos móviles, en la versión de hace medio año sería impensable redactar algo así en otra cosa que no fuera una computadora de escritorio… Eso, o nuesta tablet está algo vieja…

En fin, ahora sí nos fuimos demasiado por las ramas, y como era de esperarse, no llegamos a nada más que al punto de partida, pero con un conteo de caracteres que fácil llega a las cuatro cifras.

¿Es este el desvío que deberíamos disfrutar?

¿Ustedes disfrutaron la lectura?

Es su turno de escribir.

Ya saben dónde.

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