La conexión, la comunicación.

Siempre hemos sido mejores con la palabra escrita que con la interacción en persona. Razones varias y resultados obvios.

Podríamos lamentarnos de nuestro infortunio, pero pongámoslo bajo una luz diferente, y pensemos que simplemente estamos viviendo acorde a la programación que hemos recibido en estos años. No hay nada que lamentar ni nada que celebrar. La existencia no sabe de “bueno” ni “malo”.

Aunque siempre resurge la pregunta, ¿qué es aquello que constantemente nos inquieta?

Dejemos que el sueño, luego el hambre y luego la labor cualquiera se lleven los pensamientos de paseo, hasta que regresen nuevamente a nuestra puerta y les dejemos entrar una vez más, esperando que nos hagan compañía en la eterna soledad.

“Ah, ya se habían tardado, ¿qué traen de nuevo en la maleta? ¡Nada nuevo! Bueno, vamos a repasar una vez más las ideas de siempre… Perfecto, perfecto. Por cierto, ¿cuándo se volverán a ir?, no es que sea urgente ni nada, sólo es para tenerlo en cuenta…”

Dormir, o intentarlo hasta perder la conciencia, descansar el cuerpo y reanudar la vigilia más tarde. Sí, seguro que sería agradable ser normal, tranquilizador, pero ¿qué es normal?, ¿cuál es el estándar a seguir?, ¿estamos en posición de hacer el cambio necesario, o ni siquiera depende de nosotros…? O más importante, ¿es esa la solución? ¿A qué problema, en primer lugar? ¿Hay algo que resolver siquiera? Se supone que la respuesta es no

“Ah, pues parece que jamás se fueron, con razón se siente como si siempre estuvieran aquí, a un lado… ¡Pues nada! Siéntase como en casa…”

Buena noche.