Aquello que se apega a las normas. La norma de producir y optimizar, de hacer mucho en poco tiempo para gastar y desechar al mismo ritmo. ¿La recompensa? Aceptación de quienes se apegan a la norma, un lugar en el mundo, nada más ni nada menos, lo demás es complemento.
Trabajar sin descanso para alcanzar tus sueños, dedicarles tu vida es más difícil que morir por ellos. La muerte es un golpe rápido, la vida se despliega a paso lento y se prolonga hasta el hartazgo, se la embellece para ocultar su desgaste y se la estira por temor a que se acabe.
No se vale descansar, o el estrés te atacará, insistiendo en que debes esforzarte más o te arrepentirás de no haber dado todo, fallarás, y tendrás que empezar de nuevo, volver a buscar el sueño que todos (los normales) persiguen, ignorantes (o cegados) al hecho de que la norma es destacar, lo cual sólo aleja más el premio, colocándolo más lejos por cada paso que alguien da. Colocándolo allí donde sólo pocos llegarán, donde la mayoría de los normales jamás podrán estar.
Ojalá pudieras desear la mediocridad, anhelar el fracaso y deleitarte en la monotonía. Vivir sin exigencias autoimpuestas (pero inculcadas desde fuera) y disfrutar lo que ya tienes, por incompatible que eso sea con la idea de algo “mejor”, pero asumiendo fatigado que nunca llegarás… ¡te rindes!, aceptas la derrota, y recibes ya sin gusto lo que dejan en tu plato, mientras sigues añorando en secreto aquella vida inalcanzable.
Y si logras ascender, tu misión será gozar, celebrar, y distraerte de todo cuanto apunte a que la montaña de oro en que te bañas sólo ha servido para inflar el hueco. Un globo de placer que ya no tiene aire, henchido un día y flácido al siguiente… Pero tu misión es ser feliz con estamierda vida, ya no tienes el derecho de quejarte. Si tan difícil te resulta, págale a un psicólogo para que oiga tus lamentos. Para eso es el dinero, ¿no?
Pagar por la atención de un ser humano, pagar para que alguien te haga caso, pagar por el silencio, el sonido, la compañía, la soledad, la fiesta y la tranquilidad. Trabajar y trabajar, y luego trabajar. Subir otro peldaño. Repetir el ciclo. “Seguro que allá arriba las cosas son mejores. ¡No puede ser de otro modo!”
Mientras tanto, del primer al último escalón visible, la misma frase se repite y se repite sin cesar.
Claro, esta historia no refleja al 100% de la población, pero sí a muchos. Claro, esto no es absoluto ni definitivo, pero es la norma.
Es lo normal.
Trabajar sin descanso para alcanzar tus sueños, dedicarles tu vida es más difícil que morir por ellos. La muerte es un golpe rápido, la vida se despliega a paso lento y se prolonga hasta el hartazgo, se la embellece para ocultar su desgaste y se la estira por temor a que se acabe.
No se vale descansar, o el estrés te atacará, insistiendo en que debes esforzarte más o te arrepentirás de no haber dado todo, fallarás, y tendrás que empezar de nuevo, volver a buscar el sueño que todos (los normales) persiguen, ignorantes (o cegados) al hecho de que la norma es destacar, lo cual sólo aleja más el premio, colocándolo más lejos por cada paso que alguien da. Colocándolo allí donde sólo pocos llegarán, donde la mayoría de los normales jamás podrán estar.
Ojalá pudieras desear la mediocridad, anhelar el fracaso y deleitarte en la monotonía. Vivir sin exigencias autoimpuestas (pero inculcadas desde fuera) y disfrutar lo que ya tienes, por incompatible que eso sea con la idea de algo “mejor”, pero asumiendo fatigado que nunca llegarás… ¡te rindes!, aceptas la derrota, y recibes ya sin gusto lo que dejan en tu plato, mientras sigues añorando en secreto aquella vida inalcanzable.
Y si logras ascender, tu misión será gozar, celebrar, y distraerte de todo cuanto apunte a que la montaña de oro en que te bañas sólo ha servido para inflar el hueco. Un globo de placer que ya no tiene aire, henchido un día y flácido al siguiente… Pero tu misión es ser feliz con esta
Pagar por la atención de un ser humano, pagar para que alguien te haga caso, pagar por el silencio, el sonido, la compañía, la soledad, la fiesta y la tranquilidad. Trabajar y trabajar, y luego trabajar. Subir otro peldaño. Repetir el ciclo. “Seguro que allá arriba las cosas son mejores. ¡No puede ser de otro modo!”
Mientras tanto, del primer al último escalón visible, la misma frase se repite y se repite sin cesar.
Claro, esta historia no refleja al 100% de la población, pero sí a muchos. Claro, esto no es absoluto ni definitivo, pero es la norma.
Es lo normal.